Comenzaré con un relato que escribí hace años, al cual le tengo un especial cariño porque se lo dediqué a una persona que ya no está entre nosotros y al que todos los que le conocimos guardamos un hermoso recuerdo.
Para ponernos en antecedentes, diré que era una persona con un carácter fortísimo, se desplazaba en silla de ruedas, sufría ataques epilépticos, iba perdiendo audición conforme avanzaban los días y la movilidad de su mano derecha era prácticamente nula. Tenía dos grandes aficiones, el sexo opuesto y como no, los fandangos.
Con todo ello, os invito a que leáis "Fandangos de libertad"
FANDANGOS DE LIBERTAD
Su sordera, que escalaba la omnipotencia, se encargó de desparramar las cenizas de los fandangos que un día
fueron su libertad. Nunca más pudo escuchar nada y como protesta calló. Murió
el cante y con él la alegría.
Soñaba todas las noches con
manantiales de versos, maldiciendo la elegía a cada despertar. Los días eran
cárceles de anhelos, esposado a su silla de ruedas y a su Guantánamo interior,
siempre dispuesta a hacer leña del árbol herido.
Una mañana al despertar, se miró
al espejo y pensó irónicamente que cada día se parecía más a aquel cuadro de
Dalí llamado “Autorretrato con “Lhumanité”. Luego continuó auscultándose, pudiendo observar que su mano derecha, la misma que paría arte en cada cantar hacía unos años, se iba pudriendo por
la imposición del silencio. Estaba hecho un desierto de trincheras, un grillete
en la camisa de Camarón, un portazo a la vida.
Cansado de su hastío esparce en
sus ojos una ira trémula. La vida habita en la vida que vive, pensó. Despide al
sereno que velaba por el mutismo de sus insomnios. Recuerda aquel verso que
leyó en su juventud: “yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas”. Cómo me definiste sin conocerme, amigo Machado. Sonríe.
Se vistió el anochecer de
ejércitos de azahar que custodiaban a la luna. Él, a lomos de su Babieca se dirige hacia el patio principal.
Se sitúa en el centro. Contempla la noche estrellada, su techo favorito.
Recuerda cuando le cantaba al amor, a los poetas andaluces, al
Guadalquivir,…pero hoy será diferente. Despeina su camisa de botones con unos
dedos cada vez más acomodados al hueco del desamparo. Extiende su mano, con su
palma de par en par. Maldito recuerdo. Prefiere cerrar el puño, el mismo que
viste de color al Tinto y al Odiel. Carraspea. Acaricia su silla de ruedas y
alza su voz herida hasta los confines del silencio.
Camino a su habitación repite el estribillo
de su canción: “Presa está la libertad” “Presa está la libertad”.
Cada vez que lo leo me vienen a la cabeza muchos momentos, lo describes con tanto mimo..
ResponderEliminarNunca se fué, sigue vivo en muchos corazones y seguirá gracias a tus relatos.
Gracias.
Ánimo y gracias por compartir y hacernos recordar.
ResponderEliminarJesús.